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miércoles, 14 de febrero de 2018

Las derribadas pasarelas de Valencia (EsdiarioCV)

Para las decenas de miles de vecinos que habitan en los aledaños de la avenida del Cid de Valencia, incluso en el limítrofe término de Mislata o en los barrios de la Luz y de Vicentica la Serrana, en Xirivella, las pasarelas peatonales formaban parte de su vida. Les permitían atravesar esta transitada vía urbana sin sufrir el menor riesgo de atropello y sin tener que depender de la sincronización de cualquier semáforo. Cruzaban cuando querían y al ritmo que su energía o su salud les posibilitaban. Esa seguridad ha terminado con la demolición de las citadas pasarelas. También su extinción ha duplicado el tiempo de espera de los conductores para entrar en la ciudad.
Desde hace meses estoy intentando saber por qué el concejal de Urbanismo, el socialista Vicent Sarrià, siempre desde su sigiloso silencio; y el edil de Movilidad, Giuseppe Grezzi, de Compromís, han unido esfuerzos para destinar casi medio millón de euros a demoler la media docena de pasarelas que atravesaban la entrada a Valencia desde la A-3 que nace en Madrid. Hasta ahora las únicas respuestas que he obtenido han consistido en afirmar que esos pasos de peatones se hallaban muy deteriorados y que resultaban de complicado acceso para personas mayores o con discapacidad.

Si estaban tan deteriorados, ¿por qué se permitía su utilización diaria para cientos de personas? ¿Y por qué no se ha explicado cuánto costaría su reparación? Insisto, se trataba de pasarelas peatonales, para favorecer el trasiego de los ciudadanos. Por tanto, sus propias características benefician ese objetivo repetido por el equipo de gobierno de promover el tránsito de peatones. En este caso, les han arrebatado una protección.
En cuanto a la excesiva pendiente de sus rampas, sigo sin comprender por qué no ha habilitado el Consistorio elevadores, como sí que ha hecho en la remodelación del túnel de Germanías de Valencia o como existen en algunas paradas del metro. Así, cualquier usuario hubiera podido ascender y descender a las pasarelas sin necesidad de utilizar las citadas rampas o las escaleras.
De cualquier modo, todo esto ya es historia. Forma parte del pasado de Valencia. Porque el equipo de gobierno ha preferido desentenderse de las quejas de particulares y de asociaciones de vecinos como la de Nou Moles y llevarse por delante las pasarelas. Habían tomado esa decisión inexplicada y no pensaban ceder. Se opusiera quien se opusiera.
¿Cuál ha sido la consecuencia? De momento, en sus primeros días, las decenas de miles de conductores que a diario salen o entran a Valencia han multiplicado su tiempo de circulación (20 minutos desde Quart de Poblet), para su desesperación. Han de aguardar a que concluya el tránsito de peatones en semáforos que ahora duplican su tiempo en rojo para los vehículos. Y los citados viandantes tienen que afanarse por atravesar los ocho (y hasta diez en algunos tramos) carriles antes de que el rojo del semáforo sea para ellos. O esperar en las siempre arriesgadas medianas. Más estrés y menos protección.

En definitiva, ni conductores ni peatones ganan. La utilidad de las ya demolidas pasarelas se percibe ahora más que nunca, cuando ya no existen, cuando su desaparición ha privado al ciudadano de la libertad y la seguridad de cruzar cuando quisiera y ha llevado al colapso a una de las entradas con más tráfico de Valencia. ¿Por qué? Todavía esperamos una respuesta meridianamente convincente del concejal de Urbanismo, Vicent Sarrià, aunque el daño ya está hecho.

Artículo que me publica EsdiarioCV el pasado lunes 12 de febrero


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